Dos

No ha sido jamás mi pretensión metamorfosearme en almohada, aunque en ocasiones...

Mientras navegás plácidamente con vela desplegada y la vista puesta en el poniente te sucede que un rumor te taladra los oídos. Una gota cayendo de la canilla del baño, al final del corredor y es él quien abandona las prácticas amatorias con la heroína de turno (es sábado, es noche y en la heladera no hay ni siquiera una gota de agua fresca) y cuando regresa a entregarse al matrimonio resignado comprueba que el castillo erigido con palabras se ha movido de lugar y sospecha que esta vez no será tan fácil volver todo a su lugar como hace un rato, cuando el motivo de abandonar el lecho fue el ventarrón que sacudía con fuerza la persiana con una violencia tal que él pensó que tal vez fuera la puerta, una urgencia y se maldijo por no haber gastado este mes unas monedas en instalar por fin el timbre, ese rasgo de civilidad que enterrara para siempre el recuerdo de la infancia, golpear las manos detrás de la tapia y el coro de perros ladrando como si de un ladrón se tratase y al cabo lo era: un ladrón del tiempo ajeno, disculpe, señora, ando buscando a Manuel Aguilar, le dicen Sopita, es para jugar un partido de fútbol en la canchita de los bomberos, ah, está bien, si lo ve me hace el favor de avisarle, como no, disculpe las molestias y esta vez le dio un poco de frío, sacó la última frazada del techo del ropero, qué bueno que el calor se junte todo ahí arriba aunque sería más útil aquí debajo, si esto fuera una cucheta dormiría arriba porque la cama de arriba era el trono de la infancia, el prestigio de haber nacido un poco antes, pero tal vez de la ausencia del Sopita fue que vino a nacer esa impaciencia ante el número impar que ahora resultaba tan seductor cuando se enroscaba en la manta y giraba sobre sí mismo empeñado en recomponer las piezas del castillo.

Ser almohada en vez de convertirme en depositario de esos sueños perversos me convierte en el chivo expiatorio de sus frustraciones...

Será por eso que no me extraña que quiera prescindir de mí cuando enroscado en la manta se siente aprisionado, con la sábana crispada y ligeramente asfixiado por el aire entumecido del salón que antes fue el nido de lectura y entonces se decoró de humo de cigarrillo, maldita sea la hora y maldito Henry James y sus vueltas de tuerca que se hacen agarrar como un volante de auto cuando el acelerador quiere exprimir el motor, nadie puede soltarlo, pero la pregunta es por qué si ni siquiera tiene el valor de poner el final cortante que la tensión que generó se merece, al menos un fantasma barnizado de metáfora que te apriete el cuello cuando querés dormir pero no, es el aire debajo de la frazada que se ha enrarecido con olores tan propios que serían adorables, claro está que las armas de seducción de las que uno se vale no sirven para sí mismo, entonces son excusas, al cuerno la identidad, la individualidad, el sujeto y todas esas infamias.

Va a tirarme el piso, si lo conoceré yo, y no es reclame para mí privilegios que no me pertenecen, pero si siempre estuve acá, en la cabecera, por qué allá, el piso frío...

Maldita también la almohada que no sirve en otro lado que no sea debajo de la cabeza, malditas sus plumas si no ayudan a volar, maldita su sucia funda, infecta de mí, infecta de su ausencia, de mis pensamientos percutidos, del peso de una caja craneana que a ninguna parte ha querido llevarme, a ninguna parte que no sea una nebulosa tapizada de intuiciones y golpes bajos.

Todos los textos que pueden leerse aquí, salvo expresa mención en contrario, son de autoría de Jorge Mayer. Pueden citarse con mención de la fuente y aviso a qfandermole@yahoo.com.ar